martedì 26 aprile 2011

brujula.


proliferar a partir de mi misma. desembragada y en rueda libre. embrollar el jalonamiento de nuestra area mental y ponerla en movimiento, a fin de desorientarla, hacerle perder el norte o, mejor, llevarla a confrontarse con la cantidad infinita de direcciones que pueden de manera indistinta servirle da norte. DE TEMPORARIO, RELATIVO Y MOVIL NORTE.
(libremente tomado de "El efecto sofistico" de Barbara Cassin.

lunedì 25 aprile 2011


Primer día de danza movimiento terapia en brecha.
Clase de Claudia Igaz

La importancia del gesto.

La cosa que me quedo de la clase fue esta presentación que hicimos entre todas cada una eligiendo un movimiento. Mi movimiento fue un movimiento de apertura hacia el cielo hecho con los brazos abiertos que se doblaban sobre la cabeza acompañándola al suelo con las manos. Fue un gesto de despedida y de duelo que reflejaba mi estado de animo de estos días (volví el lunes de Italia donde despedí mi padre por última vez). Después de haber hecho todos nuestros movimientos de presentación empezamos a movernos para desarrollar este gesto, achicándolo o alargándolo, o simplemente escuchando las diferentes maneras en que este movimiento se podía trasformar. Yo sentía mucha tensión en el cuello, este cuello que llevaba esta cabeza pesada y triste, este cuello donde queda la voz, la garganta, el lugar de enfermad de mi padre. En un momento Claudia (la profesora) nos dijo de mirarnos entre nosotros, de observar los movimientos de los otros… y, por ahí, si teníamos ganas, de inspirarnos para sumar algo a nuestro movimiento. Yo empecé a mirar todos. Mi propiocepcion se expandió hacia afuera, y se trasformó en esterocepcion… algunos movimientos me tomaron la atención: en particular una chica cuyos hombros se movían come una serpiente, sin esfuerzo, suaves y fuertes al mismo tiempo. Empecé a hacer mío este movimiento de hombros… en un primer tiempo casi me molestaba hacerlo, la suavidad y la decisión de la chica subrayaban mi tensión y mi dolor… luego, paulatinamente, empecé a escuchar mi tensión, mi dolor, acogiendo el movimiento, mimando mis hombros con esta rotación dinámica y elegante, dejando fluir la tensión hacia los codos, hasta los dedos de la mano que empezaron a moverse como mariposa, empezaron a saludar, a despedir. Mi gesto de duelo se había trasformado en el gesto que más me da miedo: saludar. Después Claudia nos sugirió de elegir una pareja con quien compartir movimientos. Hay me confundí un poco… en realidad estaba muy cansada y no tenía mucha gana de moverme. Me tomó la atención una chica embarazada que hacia movimientos muy pequeños y muy lentos y con quien me identifique mucho. Y mientras yo bailaba casi de mala gana con una chica que repetía movimientos siempre iguales y saltos que no me pertenecían, miraba esta chica con esa panza gigante, y esa cara cansada, cerca del piso, lenta y pesada… y entonces, aunque la música fuera veloz y alegre, me quedé con mi tristeza, con mi tensiones, con mi cansancio y me tranquilicé. Pensándolo ahora me pareció de elegir entre dos partes de mi personalidad: una dinámica, repetitiva, demostrativa, y una cansada, tranquila, contemplativa.
Al final nos pusimos de nuevo todos en ronda, sentados, e hicimos nuestro gesto, para ver cómo, y si, se había transformado en otra cosa. Mucha gente hice gestos más grandes, mas desarrollados, algunos se pararon, otros movían más las vértebras y casi todos eran más expresivos. Yo hice mi movimiento final: era solo un movimiento de cabeza, pero el cuello ahora estaba libre de moverse en todas las direcciones, y el gesto de duelo inicial se transformó en un saludo a la tierra. Después pusimos palabras a nuestras emociones y sensaciones y estuvo lindo porque poner palabra siempre me sirve a contener y dar un limito a lo que me paso. Pero, como siempre para mí, no fueron suficientes a explicar todo lo que me pasa bailando y moviéndome con los otros. Por ahí fue por eso que me propuse para escribir esta crónica de la clase.

el cuerpo utopico

En esta conferencia de Foucault –que acaba de publicarse en castellano–, el cuerpo es primero “lo contrario de una utopía”, lugar “absoluto”, “despiadado”, al que se confronta la utopía del alma. Pero finalmente el cuerpo, “visible e invisible”, “penetrable y opaco”, resulta ser “el actor principal de toda utopía” y sólo calla ante el espejo, ante el cadáver o ante el amor.




Apenas abro los ojos, ya no puedo escapar a ese lugar que Proust, dulcemente, ansiosamente, viene a ocupar una vez más en cada despertar. No es que me clave en el lugar –porque después de todo puedo no sólo moverme y removerme, sino que puedo moverlo a él, removerlo, cambiarlo de lugar–, sino que hay un problema: no puedo desplazarme sin él; no puedo dejarlo allí donde está para irme yo a otra parte. Puedo ir hasta el fin del mundo, puedo esconderme, de mañana, bajo mis mantas, hacerme tan pequeño como pueda, puedo dejarme fundir al sol sobre la playa, pero siempre estará allí donde yo estoy. El está aquí, irreparablemente, nunca en otra parte. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía, es lo que nunca está bajo otro cielo, es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual, en sentido estricto, yo me corporizo.

Mi cuerpo, topía despiadada. ¿Y si, por fortuna, yo viviera con él en una suerte de familiaridad gastada, como con una sombra, como con esas cosas de todos los días que finalmente he dejado de ver y que la vida pasó a segundo plano, como esas chimeneas, esos techos que se amontonan cada tarde ante mi ventana? Pero todas las mañanas, la misma herida; bajo mis ojos se dibuja la inevitable imagen que impone el espejo: cara delgada, hombros arqueados, mirada miope, ausencia de pelo, nada lindo, en verdad. Y es en esta fea cáscara de mi cabeza, en esta jaula que no me gusta, en la que tendré que mostrarme y pasearme; a través de esta celosía tendré que hablar, mirar, ser mirado; bajo esta piel tendré que reventar. Mi cuerpo es el lugar irremediable al que estoy condenado. Después de todo, creo que es contra él y como para borrarlo por lo que se hicieron nacer todas esas utopías. El prestigio de la utopía, la belleza, la maravilla de la utopía, ¿a qué se deben? La utopía es un lugar fuera de todos los lugares, pero es un lugar donde tendré un cuerpo sin cuerpo, un cuerpo que será bello, límpido, transparente, luminoso, veloz, colosal en su potencia, infinito en su duración, desligado, invisible, protegido, siempre transfigurado; y es bien posible que la utopía primera, aquella que es la más inextirpable en el corazón de los hombres, sea precisamente la utopía de un cuerpo incorpóreo. El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos, y bien, es el país donde los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país donde las heridas se curan con un bálsamo maravilloso en el tiempo de un rayo, es el país donde uno puede caer de una montaña y levantarse vivo, es el país donde se es visible cuando se quiere, invisible cuando se lo desea. Si hay un país mágico es realmente para que en él yo sea un príncipe encantado y todos los lindos lechuguinos se vuelvan peludos y feos como osos.
Pero hay también una utopía que está hecha para borrar los cuerpos. Esa utopía es el país de los muertos, son las grandes ciudades utópicas que nos dejó la civilización egipcia. Después de todo, las momias, ¿qué son? Es la utopía del cuerpo negado y transfigurado. La momia es el gran cuerpo utópico que persiste a través del tiempo. También existieron las máscaras de oro que la civilización micénica ponía sobre las caras de los reyes difuntos: utopía de sus cuerpos gloriosos, poderosos, solares, terror de los ejércitos. Existieron las pinturas y las esculturas de las tumbas; los yacientes, que desde la Edad Media prolongan en la inmovilidad una juventud que ya no tendrá fin. Existen ahora, en nuestros días, esos simples cubos de mármol, cuerpos geometrizados por la piedra, figuras regulares y blancas sobre el gran cuadro negro de los cementerios. Y en esa ciudad de utopía de los muertos, hete aquí que mi cuerpo se vuelve sólido como una cosa, eterno como un dios.
Pero tal vez la más obstinada, la más poderosa de esas utopías por las cuales borramos la triste topología del cuerpo nos la suministra el gran mito del alma, desde el fondo de la historia occidental. El alma funciona en mi cuerpo de una manera muy maravillosa. En él se aloja, por supuesto, pero bien que sabe escaparse de él: se escapa para ver las cosas, a través de las ventanas de mis ojos, se escapa para soñar cuando duermo, para sobrevivir cuando muero. Mi alma es bella, es pura, es blanca; y si mi cuerpo barroso –en todo caso no muy limpio– viene a ensuciarla, seguro que habrá una virtud, seguro que habrá un poder, seguro que habrá mil gestos sagrados que la restablecerán en su pureza primigenia. Mi alma durará largo tiempo, y más que largo tiempo, cuando mi viejo cuerpo vaya a pudrirse. ¡Viva mi alma! Es mi cuerpo luminoso, purificado, virtuoso, ágil, móvil, tibio, fresco; es mi cuerpo liso, castrado, redondeado como una burbuja de jabón.
Y hete aquí que mi cuerpo, por la virtud de todas esas utopías, ha desaparecido. Ha desaparecido como la llama de una vela que alguien sopla. El alma, las tumbas, los genios y las hadas se apropiaron por la fuerza de él, lo hicieron desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, soplaron sobre su pesadez, sobre su fealdad, y me lo restituyeron resplandeciente y perpetuo.
Pero mi cuerpo, a decir verdad, no se deja someter con tanta facilidad. Después de todo, él mismo tiene sus recursos propios de lo fantástico; también él posee lugares sin lugar y lugares más profundos, más obstinados todavía que el alma, que la tumba, que el encanto de los magos. Tiene sus bodegas y sus desvanes, tiene sus estadías oscuras, sus playas luminosas. Mi cabeza, por ejemplo, mi cabeza: qué extraña caverna abierta sobre el mundo exterior por dos ventanas, dos aberturas, bien seguro estoy de eso, puesto que las veo en el espejo; y además, puedo cerrar una u otra por separado. Y sin embargo no hay más que una sola de esas aberturas, porque delante de mí no veo más que un solo paisaje, continuo, sin tabiques ni cortes. Y en esa cabeza, ¿cómo ocurren las cosas? Y bien, las cosas vienen a alojarse en ella. Entran allí –y de eso estoy muy seguro, de que las cosas entran en mi cabeza cuando miro, porque el sol, cuando es demasiado fuerte y me deslumbra, va a desgarrar hasta el fondo de mi cerebro–, y sin embargo esas cosas que entran en mi cabeza siguen estando realmente en el exterior, puesto que las veo delante de mí y, para alcanzarlas, a mi vez debo avanzar.
Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado: cuerpo utópico. Cuerpo absolutamente visible, en un sentido: muy bien sé lo que es ser mirado por algún otro de la cabeza a los pies, sé lo que es ser espiado por detrás, vigilado por encima del hombro, sorprendido cuando menos me lo espero, sé lo que es estar desnudo; sin embargo, ese mismo cuerpo que es tan visible, es retirado, es captado por una suerte de invisibilidad de la que jamás puedo separarlo. Ese cráneo, ese detrás de mi cráneo que puedo tantear, allí, con mis dedos, pero jamás ver; esa espalda, que siento apoyada contra el empuje del colchón sobre el diván, cuando estoy acostado, pero que sólo sorprenderé mediante la astucia de un espejo; y qué es ese hombro, cuyos movimientos y posiciones conozco con precisión pero que jamás podré ver sin retorcerme espantosamente. El cuerpo, fantasma que no aparece sino en el espejismo de los espejos y, todavía, de una manera fragmentaria. ¿Acaso realmente necesito a los genios y a las hadas, y a la muerte y al alma, para ser a la vez indisociablemente visible e invisible? Y además ese cuerpo es ligero, es transparente, es imponderable; nada es menos cosa que él: corre, actúa, vive, desea, se deja atravesar sin resistencia por todas mis intenciones. Sí. Pero hasta el día en que siento dolor, en que se profundiza la caverna de mi vientre, en que se bloquean, en que se atascan, en que se llenan de estopa mi pecho y mi garganta. Hasta el día en que se estrella en el fondo de mi boca el dolor de muelas. Entonces, entonces ahí dejo de ser ligero, imponderable, etc.; me vuelvo cosa, arquitectura fantástica y arruinada.
No, realmente, no se necesita sortilegio ni magia, no se necesita un alma ni una muerte para que sea a la vez opaco y transparente, visible e invisible, vida y cosa; para que sea utopía basta que sea un cuerpo. Todas esas utopías por las cuales esquivaba mi cuerpo, simplemente tenían su modelo y su punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi propio cuerpo. Estaba muy equivocado hace un rato al decir que las utopías estaban vueltas contra el cuerpo y destinadas a borrarlo: ellas nacieron del propio cuerpo y tal vez luego se volvieron contra él.
En todo caso, una cosa es segura, y es que el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías. Después de todo, una de las más viejas utopías que los hombres se contaron a ellos mismos, ¿no es el sueño de cuerpos inmensos, desmesurados, que devorarían el espacio y dominarían el mundo? Es la vieja utopía de los gigantes, que se encuentra en el corazón de tantas leyendas, en Europa, en Africa, en Oceanía, en Asia; esa vieja leyenda que durante tanto tiempo alimentó la imaginación occidental, de Prometeo a Gulliver.
También el cuerpo es un gran actor utópico, cuando se trata de las máscaras, del maquillaje y del tatuaje. Enmascararse, maquillarse, tatuarse, no es exactamente, como uno podría imaginárselo, adquirir otro cuerpo, simplemente un poco más bello, mejor decorado, más fácilmente reconocible; tatuarse, maquillarse, enmascararse, es sin duda algo muy distinto, es hacer entrar al cuerpo en comunicación con poderes secretos y fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el afeite depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje: todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que llama sobre ese mismo cuerpo la violencia del dios, el poder sordo de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el tatuaje, el afeite colocan al cuerpo en otro espacio, lo hacen entrar en un lugar que no tiene lugar directamente en el mundo, hacen de ese cuerpo un fragmento de espacio imaginario que va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo del otro. Uno será poseído por los dioses o por la persona que uno acaba de seducir. En todo caso la máscara, el tatuaje, el afeite son operaciones por las cuales el cuerpo es arrancado a su espacio propio y proyectado a otro espacio.
Escuchen, por ejemplo, este cuento japonés y la manera en que un tatuador hace pasar a un universo que no es el nuestro el cuerpo de la joven que él desea:
“El sol disparaba sus rayos sobre el río e incendiaba el cuarto de las siete esteras. Sus rayos reflejados sobre la superficie del agua formaban un dibujo de olas doradas sobre el papel de los biombos y sobre la cara de la joven profundamente dormida. Seikichi, tras haber corrido los tabiques, tomó entre sus manos sus herramientas de tatuaje. Durante algunos instantes permaneció sumido en una suerte de éxtasis. Precisamente ahora saboreaba plenamente la extraña belleza de la joven. Le parecía que podía permanecer sentado ante ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás experimentar ni fatiga ni aburrimiento. Así como el pueblo de Menfis embellecía antaño la tierra magnífica de Egipto de pirámides y de esfinges, así Seikichi con todo su amor quiso embellecer con su dibujo la piel fresca de la joven. Le aplicó de inmediato la punta de sus pinceles de color sostenidos entre el pulgar, el anular y el dedo pequeño de la mano izquierda, y a medida que las líneas eran dibujadas, las pinchaba con su aguja sostenida en la mano derecha”.
Y si se piensa que la vestimenta sagrada, o profana, religiosa o civil hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces se ve que todo cuanto toca al cuerpo –-dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme–, todo eso hace alcanzar su pleno desarrollo, bajo una forma sensible y abigarrada, las utopías selladas en el cuerpo.
Pero acaso habría que descender una vez más por debajo de la vestimenta, acaso habría que alcanzar la misma carne, y entonces se vería que en algunos casos, en su punto límite, es el propio cuerpo el que vuelve contra sí su poder utópico y hace entrar todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, en el interior mismo del espacio que le está reservado. Entonces, el cuerpo, en su materialidad, en su carne, sería como el producto de sus propias fantasías. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez? Y también los drogados, y los poseídos; los poseídos, cuyo cuerpo se vuelve infierno; los estigmatizados, cuyo cuerpo se vuelve sufrimiento, redención y salvación, sangrante paraíso.
Realmente era necio, hace un rato, de creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que era un aquí irremediable y que se oponía a toda utopía.
Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, está ligado a todas las otras partes del mundo, y a decir verdad está en otra parte que en el mundo. Porque es a su alrededor donde están dispuestas las cosas, es con respecto a él –y con respecto a él como con respecto a un soberano– como hay un encima, un debajo, una derecha, una izquierda, un adelante, un atrás, un cercano, un lejano. El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a cruzarse, el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo es ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en su lugar y también las niego por el poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos.
Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo esto no se organiza, todo esto no se corporiza literalmente sino en la imagen del espejo. De una manera más extraña todavía, los griegos de Homero no tenían una palabra para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que sea, delante de Troya, bajo los muros defendidos por Héctor y sus compañeros, no había cuerpo, había brazos alzados, había pechos valerosos, había piernas ágiles, había cascos brillantes por encima de las cabezas: no había un cuerpo. La palabra griega que significa cuerpo no aparece en Homero sino para designar el cadáver. Es ese cadáver, por consiguiente, es el cadáver y es el espejo quienes nos enseñan (en fin, quienes enseñaron a los griegos y quienes enseñan ahora a los niños) que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay un espesor, un peso, en una palabra, que el cuerpo ocupa un lugar. Es el espejo y es el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; es el espejo y es el cadáver los que hacen callar y apaciguan y cierran sobre un cierre –-que ahora está para nosotros sellado– esa gran rabia utópica que hace trizas y volatiliza a cada instante nuestro cuerpo. Es gracias a ellos, es gracias al espejo y al cadáver por lo que nuestro cuerpo no es lisa y llana utopía. Si se piensa, empero, que la imagen del espejo está alojada para nosotros en un espacio inaccesible, y que jamás podremos estar allí donde estará nuestro cadáver, si se piensa que el espejo y el cadáver están ellos mismos en un invencible otra parte, entonces se descubre que sólo unas utopías pueden encerrarse sobre ellas mismas y ocultar un instante la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo.
Tal vez habría que decir también que hacer el amor es sentir su cuerpo que se cierra sobre sí, es finalmente existir fuera de toda utopía, con toda su densidad, entre las manos del otro. Bajo los dedos del otro que te recorren, todas las partes invisibles de tu cuerpo se ponen a existir, contra los labios del otro los tuyos se vuelven sensibles, delante de sus ojos semicerrados tu cara adquiere una certidumbre, hay una mirada finalmente para ver tus párpados cerrados. También el amor, como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía de tu cuerpo, la hace callar, la calma, y la encierra como en una caja, la clausura y la sella. Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean a uno le gusta tanto hacer el amor es porque, en el amor, el cuerpo está aquí.
1 La recuperación del cuerpo en el proceso del despertar es un tema recurrente en la obra de Marcel Proust. (N. de la R.)
* La conferencia “El cuerpo utópico”, de 1966, integra el libro El cuerpo utópico. Las heterotopías, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).

Tomado del siguiente link:

http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/index-2010-10-29.html

domenica 1 novembre 2009

Moto perpetuo.


Non stiamo fermi mai. Il corpo, anche quando dorme, è in continuo movimento. il sistema nervoso autonomo continua a muovere gli organi interni. respiriamo, digeriamo, deglutiamo, purifichiamo,sogniamo, tutto al di fuori del nostro controllo. anche durante la giornata siamo in continuo movimento, anche quando stiamo seduti in ufficio. ma possiamo controllare alcune cose: trovo interessante, per esempio, controllare la postura del corpo rispetto allo stato emotivo in cui ci si trova. sicuramente si sta in una posizione diversa quando si è tristi o quando si è contenti o arrabbiati o impauriti. è interessante vedere le conseguenze che ha sull'emotività, il semplice cambiare atteggiamento corporeo. se sono triste, generalmente quello che avviene è abbassare la spalle, incurvarle, farle ciondolare verso il basso come in uno stato di rassegnazione. se si è arrabbiati arriva uno stato di tensione diffusa.durezza, chiusura. quando si è contenti, subentra il rilassamneto, maggiore apertura (spalle, sterno, occhi) nei confronti del mondo, mobilità fluida e spontanea. e così via, si potrebbero fare infinite catalogazioni di posture correlate alle emozioni, e infinite possibilità di atteggiamenti corporei in uno stesso atteggiamento. insomma siamo in continuo movimento. adesso per esempio mi sono resa conto di avere la testa completamente in avanti rispetto al collo per potermi avvicinare di più allo schermo. rimettendo la testa a posto, ho subito notato come le parole fluissero più velocemente, forse perchè prendere le distanze dalle cose (testa che si allontabna dallo schermo) ce le fa vedere sempre più chiare... l'altra volta a una festa mi hanno chiamata moto perpetuo. perchè ballavo continuamente, anche quando uscivamo fuori a fumare una sigaretta, il suono della musica non mi lasciava star ferma. mi piace muovermi. mi piace sentire che il mio corpo si muove e pensa indipendentemente (da chi? da me? ma io sono il mio corpo, il mio corpo è me...). mi piace sentire la forza del centro quando cammino (il bacino che avanza, le gambe che si muovono già a partire del plesso solare), mi piace sentire i piedi che masticano la strada o che salgono e scndono leggeri le scale mobili, mi piace sentire il pavimento pelvico quando vado in bici*, che differenza provoca sulla schiena l'aprire o chiudere i gomiti, o tenerli stesi o piegati. mi piace sentire il moto incessante dei muscoli del corpo, di come nessuno si muove senza coinvolgere tutti gli altri. mi piace questa condivisione , questo mutuo rispetto tra le parti del corpo, mi piace essere accondiscendente verso il mio corpo, fidarmi di lui, dirgli sì. se quando fai un passo pensi allo spazio sotto le dita dei piedi e alla spinta dell'alluce verso il basso e verso l'interno e al secondo dito dritto come una freccia in avanti e le altre dita aperte a ventaglio verso lìesterno... modificherai il concetto stesso di camminare. io mi sento svettare verso l'alto sentendo la spinta verso il basso. cielo-terra-testa -bacino- cervello e viscere. e così avanzi senza sforzo.
sui mezzi mi diverto a mantenere l'equilibrio senza tenermi. sempre a partire dal centro, appoggio sui piedi(pianta, tallone, dita dei piedi) controllo della mobilità incrociata delle spalle rispetto al bacino (da notare anche quando si cammina o si corre).
o da seduti (occhio su che sedia siete seduti e dove poggia il vostro pavimento pelvico.



*Il pavimento pelvico è quella parte del corpo che va dalla fine della sinfisa pubica (clitoride pere le donne e pene per gli uomini) fino all'orifizio dell'ano. in particolatre un piccolo muscolo chiamato perineo (situato tra vagina/scroto e ano) la cui contrazione determina una buona solidità di tutto il baricentro. è quella zona del corpo in cui gli orientali pongono il primo chakra. è la zona della riproduzione, del piacere sessuale, degli istinti primari. non a caso è una zona che si tirne quasi sempre chiusa e in posizione di difesa.

martedì 21 luglio 2009

Liberare il corpo

Il corpo è imprigionato. Dall'età di 7/8 anni il corpo comincia a perdere la sua naturalezza per bloccarsi in una serie di forzature imposte dalle nostre paure.
Le donne e i pochi uomini dei miei corsi di ginnastica hanno un'età compresa tra i 50 e gli 84 anni. alcuni di quei corpi, abbandonati, non più ascoltati, arrivano rassegnati attraverso una prescrizione del medico curante. Ma quei corpi, nonostante la rassegnazione, pian piano si rendono conto di essere incatenati e pian piano si rendono conto che non si fa fatica a liberarsi, mentre se ne fa molto a restare incatenati. In generale le persone anziane hanno meno resistenze ad abbandonare le catene dei giovani. Intendo dire che ho l'impressione che la persona giovane (per giovane intendo 20/45) riconosce il blocco ma non gli da ancora così fastidio da volere affrontare un possibile "lavoro" per disfarsene. La persona di mezz'età invece ha già o comincia a provare un dolore preoccupante e allora si comincia a interrogare - se va bene. E inizia a muovere il corpo facendo dei movimenti diferenti dai meccanici movimneti quotidiani che gli fanno scoprire le innumerevoli possibilità di articolazione tra i vari movimenti del corpo. un alfabeto! un discorso! pensiero corporale. Ovvimente più si va avanti con l'età più tempo ci vorrà per sciogliere i blocchi. ma quando si scopre che lavorare sull'eliminazione dei blocchi è molto più divertente e facile e nutriente che sforzarsi per il mantenimento statico di quei blocchi, non sarà certo il tempo a preoccuparci. dritti verso il piacere fisico. carnale. venale. di pancia. di gola. di testa. di petto. pelvico.

venerdì 8 maggio 2009

abbracciare la vita

mi chiedo spesso perchè non balliamo invece di camminare o di stare fermi ad aspettare. non so mentre si cucina, si lavano i piatti, o si spetta il tram: stare fermi in posizioni fisse e meccaniche è più faticoso che muovere il culo. siamo ormai quasi tutti assuefatti ad avere sempre un suono di fondo: che sia la televisione, il bip dei tasti del telefono o la musica elettronica della playstation. quindi, il mio suggerimento è mettere della musica che ci piace e ballare. quando si è fuori si può usare un lettorino mp3, o, ancora meglio danzare con i suoni dell'ambiente esterno, ma lì già andiamo sul raffinato...
ballare, muiovere il corpo liberamente è considerato un tabù, è una cosa che non si fa, non sta bene, bisogna essere in uno stato di euforia per lasciare andare il corpo. se posso azzardare una possibile ipotesi, penso che, non avendo piena consapevolezza del nostro corpo, pensiamo che una volta messo in moto, ne possiamo perdere il controllo, e che quello comincerà ad andare da solo, e chissà di quali cose efferate e terribili è capace di fare tuitta questa carne corrutibile. no, non si può dar fiducia a ciò che si corromperà. e allora a volte finisce che blocchiamo la nostra corruttibilità in una fissità e in una rigidezza che la rendono già simile alla morte. e invece quella carne non è solo carne.non è solo quello che vediamo quando sezioniamo un cadavere. quella materia ha una cosa che non capiamo ancora cos'è (e forse, per fortuna, non lo capiremo mai) e che è la vita.


abbracciare la vita è un movimento che faccio quasi sempre all'inizio di una lezione: a piedi separati della stessa ampiezza del bacino, ginochhia leggermente flesse, si mfanno dondolare le braccia-e quindi le spalle- di lato, piegando i gomiti e .. abbracciando la vita, nel senso di punto vita. buona metafora no?